Desde hace unos años en algunos centros de  secundaria de la Comunidad de Aragón aprovechamos el aniversario de la fundación de Roma, el 21 de abril del  753 a. C., para salir del aula y dar a conocer al resto de la comunidad educativa la herencia de Grecia y Roma. Es una oportunidad para que los alumnos, que muchas veces asumen la función de meros receptores de conocimientos, tomen la iniciativa y, a través de proyectos desarrollados de forma cooperativa, adopten el papel de profesores, dinamizadores, monitores…  de talleres prácticos que les permitan ofrecer al resto de sus compañeros una visión de las humanidades clásicas muy diferente al tópico de la memorización de declinaciones y conjugaciones, que tantos quebraderos de cabeza ha ocasionado a muchas generaciones.

Los alumnos que cursan Latín, Griego y Cultura Clásica hacen que sus compañeros se sientan griegos y romanos por unas horas y disfruten de variados talleres: de mitos, mosaicos, escritura en tablillas de cera, en papiro, grafitos pompeyanos, indumentaria, cocina, juegos de mesa y de patio, danzas griegas, espectáculos de gladiadores, olimpiadas, etc.

Desde hace unas décadas las disciplinas de Humanidades se han visto relegadas a un papel muy secundario y son consideradas por gran parte de la sociedad como algo caduco, rancio e inútil. ¿Acaso no estudiamos la formación de los continentes y el origen del universo? ¿Por qué no vamos a estudiar el origen de nuestra lengua, de nuestras costumbres, de nuestra literatura, de nuestro arte, de la filosofía, de las matemáticas, de la ciencia, de la política…?

A lo largo de la historia de la humanidad hemos vuelto de forma recurrente al mundo clásico (en el Renacimiento, en el Neoclasicismo), como fuente de inspiración y de conocimiento. Quizá se acerca el momento de volver la vista atrás en busca de cierta cordura que ponga un poco de mito (μῦθος) y de logos (λόγος) en nuestras vidas.