Hemos podido «pasear» por la Zaragoza que Don Quijote pudo conocer cuando se encaminaba hacia las justas de San Jorge, justas a las que nunca llegó gracias a un tal Alonso de Avellaneda que trajo a su «falso» Quijote a Zaragoza e hizo que Cervantes evitara la capital aragonesa, adentrándose en Pedrola y acabando sus aventuras en Barcelona.
La ruta nos ha permitido conocer cómo eran los edificios de la Zaragoza de principios del XVII: la Basílica del Pilar, el patio del Museo Goya, el Palacio de Sástago , otros conventos, iglesias y capillas que servían de refugio a los más desfavorecidos, las principales calles y rincones de la ciudad (plaza César Augusto, la plaza del Pilar, la Basílica) que albergaban a niños abandonados, mendigos y vagabundos, la vida cotidiana de sus habitantes, sus problemas, sus preocupaciones, sus costumbres y su forma de divertirse.
Por una mañana nos hemos sentido «caballeros andantes» en busca de «entuertos que desfacer».